lunes, 17 de enero de 2011

Bohumil Hrabal: Una soledad demasiado ruidosa

Depues de unos días de silencio bloguero me a parecido interesante volver hablando de Una soledad demasiado ruidosa.


Los libros, la literatura y el pensamiento se pasean por las páginas de este libro cogidos de la mano de Goethe, Schelling, Leibinz, Hölderlin, Lao Tse, Erasmo de Rotterdam, Hedel, Aristóteles, Platón, Sócrates, Shopenhauer, Camus, Demóstenes, Schiller, Nietzche , Kant o Cervantes.

Hanta, protagonista de la historia, hace treinta y cinco años que trabaja en una trituradora prensando libros y reproducciones de cuadros, Lo que a primera vista parece un trabajo monótono es para él un gozoso modo de vivir. Su relación con los libros que destruye por trabajo y salva por pasión se podría clasificar de amorosa y el resultado de su trabajo haciendo paquetes liados con alambres se convierte en arte.

“Todas las balas resplandecían deslumbrantes, me sabía mal tener que entregarlas tan pronto, me hubiera gustado disfrutarlas más tiempo, ir devorando con los ojos aquel espectáculo de imágenes superpuestas como una escenografía teatral, con el coro cansino de las moscas como música de fondo”

La creación artística sirve de motor de una extraordinaria trama que a través de un ritmo avasallador de pausas y remolinos nos introduce en la cotidianidad fantástica y aguda del viejo prensador que cada vez está más sólo y se va encerrando más en su propio mundo, en un universo particular que flota ingrávido en su mente.

“Apoyado en el mostrador de la cervecería Negra bebo una cerveza y me digo, a partir de ahora estás solo, a solas, solitario, tú sólo te tendrás que divertir, chico, hacer comedia contigo mismo hasta que te abandones, a partir de ahora únicamente remolinearán círculos de melancolía: avanzando retrocedes, sí, ‘el progressus ad originem es el regressus ad futurum’, es lo mismo, y tu cerebro no es nada más que un paquete de ideas comprimidas en la prensa mecánica.”
Esta soledad compartida tan solo con las ratas que habitan en su lugar de trabajo y con libros desechados por sus propietarios, se pasea por las calles de una Praga habitada por seres inauditos, estrafalarios, originales, débiles, ingenuos, puros y a veces demasiado golpeados por la vida, pero que de alguna forma llegan a encontrar cierto encanto en ambientes tan adversos, dejando la certeza de que el alma humana sólo es bella cuando está tatuada por cicatrices.


El presandor de libros vive en un país que sabe leer y escribir desde “quince generaciones atrás”, vive en un “antiguo reino donde siempre ha persistido la costumbre y la obsesión de atiborrarse pacientemente la cabeza con ideas e imágenes que aportan un goce indescriptible y un dolor más grande aún”, vive “envuelto entre personas dispuestas a dar incluso la vida por un paquete de ideas bien prensadas”.

Cada anochecer se dirige a su casa después del trabajo inmerso en una profunda meditación y con varios libros salvados de morir en la prensa y de los cuales espera que le expliquen algo sobre si mismo. Los libros le enseñan y de ellos aprende que “el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera, sino porque va contra el sentido común”. Entre líneas y con sarcasmos se nos plantea que leer es un conocimiento y también un extravío. Hanta dice “Soy culto a pesar de mi mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he aprendido leyendo”.



B. Hrabal buscó el arte en la decadencia, la marginación, la dejadez, la derrota y en la miseria visual y verbal en la que el hombre había convertido al hombre. Ninguno de sus lectores puede resistirse a la magia de su narración en primera persona y al atractivo de estos quijotes de la cotidianidad, provenientes de las fábricas y las cervecerías. En Una soledad demasiado ruidosa se entretejen reflexiones sobre el significado de la creación artística, la inconsciente mirada hacia una seductora ciudad, la reminiscencia de una soledad existencial totalmente asumida y la constante exploración del universo literario.