lunes, 13 de diciembre de 2010

La caperucita de Carmiña.

Después de un largo puente acompañado de las relecturas de algunos estudios sobre Ignacio Aldecoa, mi imaginación se ha trasladado a un Salamanca, que nunca visité, en el que el autor vitoriano conoce a Carme Martín Gaite. Esta relación fue calando con el paso del tiempo y cuando Carmiña se traslada a Madrid, Aldecoa le presentará a sus amigos y entre ellos encontrará a Rafael Sánchez Ferlosio, su futuro marido.


Buscando información sobre la autora salmantina, encontré que la editorial Violeta infantil dentro de su colección de biografías, tiene una que lleva por título Carmen Martín Gaite, a la aventura subida en una pluma. El texto va a cargo de Luis Antolín y no tiene nada de extraordinario, pero las ilustraciones del libro están realizadas por Juan Manuel Santomé y están realmente muy bien. (Por eso me he permitido la licencia de ilustrar esta entrada con algunas de ellas).

La historia publicada por Violeta infantil pretende dar a conocer la vida de Carmen Martín Gaite a los niños y empieza definiendo a la escritora como una hada en Nueva York, haciendo así un guiño a la novela Caperucita en Manhattan.

El cuento que Perrault publicó en 1695 que recogió de historias conocidas y antiguas, y que modificó para adaptarlo al gusto del público de aquel momento añadiéndole unos versos moralizantes, es recreado en la novela citada anteriormente por Carmen Martín Gaite. La escritora salmantina huye del clásico pero a la vez se basa en él (y en la versión de los hermanos Grimm) como armazón en su construcción: algunos motivos y algunas expresiones recordarán los puntos principales del argumento tradicional; eso sí, presentado con cierta distancia y con alegre humor.

Carmen Martín Gaite conoce a la perfección el clásico no sólo por su recuerdo de la niña que escucha cuentos tradicionales con pasión; sino también por su labor como traductora del francés los cuentos de Perrault y del inglés los cuentos de hadas victorianos.

La caperucita de Gaite se sitúa en Manhattan y tiene un nombre: Sara. A diferencia del clásico, el relato busca una realidad concreta y urbana. Se nombran los lugares y los personajes: estos se convierten en individuos con historia, con una biografía que los convierte en quienes son.
El bosque en esta ocasión es esa isla de Nueva York que tiene “forma de jamón” con un “pastel de espinacas” (Central Park); el lobo es un importante pastelero, dulce, goloso y rico; la abuela es una antigua cantante de music hall que fuma, bebe, toca foxes y blues al piano y a la que no le gusta ni ordenar la casa ni limpiarla, pero sí contar historias; y la madre de caperucita está atada a todas las convenciones y a los miedos más irrelevantes. Así pues, abuela y madre se convierten en dos modelos de feminidad para Sara: una vulgar y simple, su madre y otra atractiva y brillante, la abuela.

Frente a estos personajes aparecen otros que en el cuento tradicional no existen. Uno de ellos es Aurelio Roncali que es un señor que vivía con la abuela, que tiene una librería de viejo y al que Sara nunca llegó a ver: por eso tiene que inventarse a este personaje. Para ella la librería “Books Kingdon” era como un una casa en miniatura, llena de escaleras y habitada por enanos, un refugio literario, un universo a su medida. Lo misterioso, lo diferente es lo que provoca la imaginación y hace nacer historias, por eso Sara “prefería inventarse por su cuenta como era el país sobre el cual mandaba, ya que no la dejaban ir a verlo”. El otro personaje vital en la historia y que tampoco aparecen en la versión clásica del cuento es Miss Lunatic, una especie de vagabunda y de hada, un ser diferente y libre que cuenta historias y a la que le encanta que le cuenten cosas. Sus recuerdos la sitúan al límite entre la realidad y la ficción: dice vivir de día en la estatua de la Libertad, en “estado de letargo” y confiesa tener ciento setenta y cinco años, pues llegó a Nueva York el año en que trajeron la estatua desde Francia. En el encuentro de caperucita y Miss Lunatic se produce cuando Sara ha escapado de casa de sus padres y al verla le acechan todas las dudas y miedos y confiesa haberse salido del camino señalado puesto que esta viajando sola y sin permiso de nadie, se ha desviado de la ruta más corta y directa. Sin embargo el encuentro con este personaje significará para Sara el encuentro con un interlocutor que “nunca había encontrado un quehacer más importante que el escuchar historias”; y le ofrece la oportunidad de perder el miedo a la libertad y le revela el secreto que encierra la estatua neoyorquina “por a ver sido capaz de ver lo que otros no ven”. Este personaje alienta a Sara a que realice un paseo por Central Park porque “en los bosques se pensaba muy bien” y a no mirar nunca para atrás.

El encuentro con el lobo no sabemos cuando ocurrirá y la sorpresa y la intriga aparecen con fuerza y organizan el relato. El lobo llega poco a poco, se presenta de forma fragmentada, hasta que al final se produce. Mister Wolf había conocido en su juventud a Gloria Star y ahora tiene interés en llegar primero a casa de la abuela para conseguir la receta de la tarta de fresas. Pero a diferencia del cuento clásico, a la caperucita de Gaite también le interesa que llegue primero porque le había prometido a su abuela que le buscaría un novio. El viaje por caminos distintos del lobo y de Sara se realiza en limusina. Caperucita hará el trayecto más largo, el “de la diversidad, el de la curiosidad y el juego, el gratuito” como señala María Vicenta Hernández en un estudio de este cuento. Durante el trayecto hablará con el chofer, se dormirá y soñará…, cuando llega a casa de la abuela, tarde por supuesto, ve desde la rendija de la puerta casa como también hacía Alicia en el país de las maravillas, a la abuela bailando con Mister Wolf. Comiéndosela a base de seducción. Sara decide no entrar en casa y se lanza a un viaje en solitario, con la moneda que le dio Miss Lunantic en la mano y consultando el plano, hacia la libertad.

Como señala Hernández Álvarez, Carmen Martín Gaite “hace sufrir al cuento una metamorfosis en la que aparece la huella de su pensamiento. Parodia los lugares comunes y los clichés. Modifica los contextos y los motivos; invierte, suprime, desplaza o agranda; diluye el cuento tradicional en una novela, diseminándolo, fragmentándolo, pero también integrándolo de un modo nuevo. Y sobre todo, cuenta en el cuento su propia construcción; convierte por lo mismo en vano, en un pobre añadido, cualquier artículo crítico que tenga la intención de sugerir otra mirada desde el exterior.