jueves, 30 de enero de 2014

"El mundo está todo aquí dentro".




Claridad máxima  y oscuridad nula, cóctel de longitudes de ondas, hecha de plomo, cinc, anularia, titanio, silicato de magnesio o nácar, procedente – quizá – de las Islas de Melos y Samos, se instala en la mirada de los habitantes de Ensayo sobre la ceguera.  Un “blanco lechoso” “resplandeciente, como el sol dentro de la niebla”  “que devora no sólo los colores, si no las propias cosas y los seres, haciéndolos así doblemente invisibles” escapa de su simbolismo para adentrarse en lo más oscuro de la condición humana.

José Saramago reflexiona sobre la condición humana a través de unos personajes que sobreviven en situaciones extremas después de sufrir una enfermedad llamada “mal blanco”. Todos los que padecían dicha enfermedad y también quienes con ellos “hubieran tenido contacto físico o proximidad directa, serian recogidos  y aislados, para evitar así ulteriores contagios, que de verificarse, se multiplicarían según lo que matemáticamente es costumbre denominar progresión geométrica,” en un manicomio abandonado.

Un microcosmos donde afloran los sentimientos más primitivos de la naturaleza humana, donde se evidencia que somos un animal más de la especie, donde la identidad personal se pierde porque ni siquiera se les ha ocurrido preguntarse el nombre. ¿Qué importancia tiene eso? “Ningún perro reconoce a otro perro por el nombre que le pusieron, identifica por el olor y por él se da a identificar”. Los ciegos de la novela de Saramago son “otra raza de perros” se conocen “por la manera de ladrar, lo demás, los rasgos de la cara, color de ojos, de la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera”.

Pero si dura era la vida dentro de ese recinto, peor era vivir fuera de él. El miedo al contagio produciría el rechazo hacia los enfermos, convirtiéndolos en leprosos que andan dando tumbos por las calles.  La epidemia se extiende convirtiendo al mundo en el  reino “duro, cruel e implacable de los ciegos”, “sin retórica ni conmiseraciones donde el individualismo, la insolidaridad y la corrupción moral entre “otras grandezas” similares se convierten en los protagonistas de aquellos que lo habitan. 

  José Saramago nos muestra una imagen aterradora y conmovedora de los tiempos actuales, de las carencias de la sociedad occidental contemporánea. Para ello, abusa de la subordinación y de la puntuación, como signos de un estilo propio, marcando, así, el ritmo de la lectura. Los diálogos de los personajes se insertan en la narración y las complejas construcciones sintácticas, donde la oración se pierde para convertirse en un largo párrafo que puede alargarse en sucesivas páginas, se rompe sólo cuando se quiere destacar un cambio de tercio.  
 


El mundo convertido en un retorno a los orígenes más degradantes del hombre, donde todo es suciedad, despropósitos, rivalidad, envidia, frustración, donde florecen los instintos más primarios transformando lo humano en inhumano, lo existente en inexistente, donde uno se queda ciego de sentimientos y de conciencia, donde como se dice al final de la novela “no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.

Silencios



Dos años de silencios mediáticos significa la muerte, siempre y cuando se considere que alguna vez existió la vida en este bloc. Hacerle un masaje cardiopulmonar en estos momentos para reanimarlo quizá sea una tarea absurda e innecesaria; no obstante aquí estoy nuevamente arropándome con calidas páginas de libros en una habitación con vistas al cielo. 

No sé hasta cuando latirá su corazón, pero mientras tenga un leve pulso opinará sobre todo lo que la filología engloba con la esperanza de que pueda parecer interesante; o simplemente para mantener viva una llama que nació oliendo a azahar,  en un claustro con un pequeño estanque donde habitan peces rojos rodeados de naranjos y magnolios.